LA LAGUNA DEL INCA
Fuente: Diario Mi Hijo Ed. 52En Chile encontramos una gran cantidad de leyendas, narraciones tradicionales que explican algunas costumbres propias y que forman parte de la cultura de nuestra patria, por lo que queremos fomentar el traspaso de estas historias a las generaciones venideras, para que no se pierdan en el tiempo. Además, estos relatos crean identidad y tradición. Por ello, en esta edición de Diario Mi Hijo, les contaremos la leyenda de la Laguna del Inca.
En la cordillera de los Andes, en la zona de Portillo, Región de Valparaíso, podemos encontrar una maravilla de la naturaleza: la Laguna del Inca. Es un lugar místico que guarda una hermosa leyenda. Antes de que llegaran los conquistadores españoles a nuestro país, existía en este valle un Icanato, o comunidad Inca, que abarcaba cerca de 2 millones de km2 entre el océano Pacífico y la selva amazónica y, por el sur, hasta las riberas del río Maule. En este poblado vivía el Príncipe Illi Yupanqui, un bravo guerrero que buscaba a la mujer más hermosa del imperio para hacerla su esposa.
En su búsqueda, encontró a la princesa Kora-llé, de ojos color esmeralda, bonita para cualquiera que la mirara. Enamorados, deciden casarse en la cumbre de las montañas para estar lo más cerca posible del padre sol, y a orillas de una hermosa laguna. Según la tradición, tras el matrimonio, Kora-llé debía bajar de la montaña junto a su séquito, ataviada con el traje de novia y las joyas de la ceremonia. Pero el camino era muy estrecho y resbaloso, por lo que en plena procesión tropezó y cayó al vacío.
Tras oír el estruendo y los gritos de Kora-llé, el príncipe Illi Yupanqui corrió a socorrer a quien recién fuera su esposa, pero cuando llegó ya estaba muerta. Triste y desconsolado, decidió dejar su cuerpo inerte en las profundidades de aquella hermosa laguna que había sido testigo de su matrimonio. Mientras iba hundiéndose, el color de las aguas pasó de trasparente a esmeralda, el mismo color de los ojos de la hermosa Kora-llé.
Illi Yupanqui lloró y lloró por la precipitada muerte de su amada. Tanto, que incluso hoy día, en algunas noches de invierno, pueden escucharse los lamentos del príncipe inca.