NIÑEZ EN TIEMPOS DE CRISIS SOCIAL: ¿CÓMO CUIDAR Y PROTEGER A NUESTROS NIÑOS?
La crisis social que estalló en Chile el 18 de octubre pasado, ha provocado un clima de mucha tensión durante las últimas semanas. Más allá del cambio que buscan las demandas y de la nueva perspectiva de futuro que se quiere construir, los hechos de violencia que se desarrollaron provocan un alto grado de estrés y angustia en muchas personas, sobre todo quienes se han visto afectados directamente.
En este contexto es que, como adultos responsables, debemos hacernos cargo de los niños, quienes se ven expuestos a las imágenes que se transmiten por los medios, las informaciones que escuchan de la radio y televisión, y a lo que en casa se conversa. Todo esto se traduce en demasiada información que los puede confundir, desorientar, asustar y, finalmente, angustiar y deprimir.
Como Sociedad Chilena de Pediatría, nuestro principal objetivo es ejercer y promover acciones que tiendan a preservar la buena salud, física y emocional, de los niños, niñas y adolescentes. Y, preocupados por la situación del país, publicamos esta información importante para que los padres, familias y tutores sepan cómo contener a los niños, explicarles lo que pasa y tranquilizarlos.
Es de esperar que al momento de publicarse esta edición de Diario Mi Hijo la situación esté mejor, pero las secuelas podrán seguir vigentes y quizás la tranquilidad solo sea parcial. Por esto, hemos querido redactar esta nota, que se basa en el manual “¿Qué podemos hacer? Ayudando a nuestros hijos en tiempo de violencia y conflicto social”, elaborado por Carolina de Oteyza en colaboración con el grupo de profesionales de “Apoyo en Crisis”, y el librillo “Construir Esperanza cuando enfrentamos un conflicto social: un cuaderno para niños y niñas”, editado por las ONGs Travesía, Metáforas y Federicas, con el fin de guiar a los padres en momentos de convulsión como el que actualmente vivimos en Chile y usar el material incluido en el Cuaderno para compartir con ellos esta realidad. Al final de la nota, te dejamos un enlace para revisar el material completo y original.
Como padres, tratar de entender y acompañar a nuestros hijos en las distintas etapas de su desarrollo es normalmente un reto, pero en situaciones de conflicto social, donde la violencia y la angustia se vuelven cotidianas, ser padres es mucho más difícil y más importante. En momentos de alta conflictividad social, nuestros niños necesitan un apoyo especial. El ambiente se ha cargado de tensión. Los adultos estamos llenos de ansiedad debido a la violencia, la inseguridad, la incertidumbre... la rutina diaria se ha visto interrumpida y nos cuesta mantener la calma. Todo esto es captado por nuestros hijos que nos conocen y que, aunque quizás no entienden qué es lo que está pasando, se dan cuenta de que algo no está bien.
Los niños son como esponjas, absorben lo que sucede a su alrededor y eso les afecta. Los padres y madres tenemos muchas dudas, ¿debemos explicarles a los niños lo que pasa?, ¿cuándo y cómo debemos hablar con ellos? Algunos niños o sus familiares han sido víctimas directas de la violencia mientras otros la viven indirectamente a través de los adultos que los rodean, de sus amigos, de la televisión y de la escuela.
¿Cómo responden normalmente los niños a situaciones de estrés?
Los niños, al igual que los adultos, muy probablemente se sienten asustados y amenazados ante situaciones de violencia, y sus reacciones se ven influenciadas por nuestro comportamiento. Los padres, madres y adultos cercanos a ellos, somos sus modelos, les enseñamos, a través de nuestras acciones, palabras y lenguaje no verbal, cómo interpretar la situación y cómo reaccionar ante ella.
Los niños reaccionan al trauma de distintas maneras. La intensidad de sus reacciones dependerá, entre otras cosas, del nivel de exposición a la violencia a la que estén sometidos. Mientras más cercanos estén o hayan estado a situaciones de conflicto o traumáticas, más probabilidades tienen de que se vean afectados por ellas. Si han sido víctimas o han presenciado eventos violentos su reacción será más intensa.
Por otro lado, cada niño expresa sus sentimientos de manera diferente. La mayoría de las veces se sienten confundidos con lo que está pasando y con sus propios sentimientos y reacciones. Algunos niños reaccionan alejándose sin poder hablar del asunto, otros hablan sin parar de lo que ha sucedido. Hay niños que se sienten tristes y enojados en algunos momentos y en otros, actúan como si nada hubiese sucedido. Las reacciones de los niños al trauma pueden ser inmediatas, pero también pueden aparecer mucho tiempo después.
Los niños, a distintas edades, tienen diferentes niveles de desarrollo emocional. Sus reacciones a situaciones de estrés dependerán y variarán de acuerdo a la edad. Una niña de seis años, por ejemplo, puede mostrar su temor acerca de lo que pasa negándose a ir a la escuela. Un adolescente, por su parte, puede minimizar su preocupación pero volverse irritable, pelear más con sus padres o bajar el rendimiento escolar.
Familiarizarnos con las reacciones típicas de los niños y conocer y entender cómo reaccionan nuestros propios hijos ante los conflictos que estamos viviendo, nos ayudará a brindarles el apoyo y la seguridad emocional que necesitan para manejar la situación y disminuir el impacto negativo que ésta pueda tener en ellos.
De 0 a 5 años: niños y niñas en edad pre-escolar
Los menores de 5 años no pueden entender bien lo que está pasando a su alrededor y esto, en parte, los protege de la situación de tensión que vivimos. Sin embargo, aún los más pequeños, perciben y absorben la angustia y ansiedad que nosotros transmitimos. Sienten que algo no está bien, aunque no entienden qué y por qué.
Los bebés y niños en edad pre-escolar reaccionan al miedo y a la tensión que sienten en los adultos cercanos a ellos, son sensibles y responden a la separación y a la pérdida de estabilidad y de rutina en el funcionamiento normal de la familia. La rutina les da seguridad, el caos los pone nerviosos, les afecta.
A esta edad, los niños dependen física y emocionalmente de las personas que los cuidamos. Sus reacciones están fuertemente influidas por cómo nosotros, las personas que los amamos, en quienes ellos confían y con quienes se sienten protegidos, reaccionamos ante la situación.
A veces, los niños convierten el miedo y nerviosismo que absorben de su entorno en terribles fantasías, sienten que nosotros o ellos corren peligro, tienen pesadillas donde se pierden, están heridos, los persiguen o les amenaza un monstruo. A veces, buscando una explicación, llegan a creer que lo que está pasando o pasó es culpa de ellos... “si me hubiera portado bien, si hubiera recogido los juguetes, nada de esto habría pasado”.
A estas edades, con frecuencia, los juegos de los niños recrean, una y otra vez, detalles de lo que está sucediendo. Elementos de la realidad, palabras, situaciones o imágenes aparecen en su juego. En estos momentos, el juego se convierte en su terapia.
Algunas de las reacciones típicas y normales de menores de 5 años son:
- Se aferran a sus padres o personas que los cuidan. Quieren estar pegados a ellos. No se quieren separar.
- Lloran, gritan o se quejan con más frecuencia.
- Vuelven a tener comportamientos de un niño menor (volver a hacerse pipí en la cama, chuparse de nuevo el dedo…).
- Sienten miedo a que algo malo le pase a la persona que los cuida.
- Tienen miedo a irse a dormir, a la oscuridad, a salir de la casa.
- Evitan el contacto con personas o situaciones que no conocen.
- Se vuelven intranquilos, corren de un lado a otro.
- Se portan “mal”, haciendo cosas que no deben, se vuelven agresivos.
- Se vuelven muy pasivos o callados.
- Recrean eventos traumáticos a través del juego.
De 6 a 11 años: niños y niñas en edad escolar
Los niños en edad escolar, aunque todavía puede que no entiendan bien todo lo que pasa, ya perciben y saben lo que significa una amenaza para ellos y para otras personas. Aun les cuesta entender ideas abstractas, pero son capaces de comprender explicaciones concretas, sencillas, adaptadas a su nivel. Ahora no sólo ven lo que les pasa a ellos y a su familia sino que se dan cuenta de lo que pasa más allá de su hogar: en la escuela, en la calle, en su barrio y en el país.
También son capaces de considerar puntos de vista diferentes al suyo. Como su forma de pensar sigue siendo muy concreta, les cuesta entender en profundidad situaciones traumáticas y complejas como son la violencia social y política. Si la situación actual en ocasiones es incomprensible y difícil de procesar para nosotros los adultos, para ellos lo es más. Por eso, porque captan y entienden pero no completamente, pueden volverse muy temerosos, confundidos y ansiosos ante lo que está pasando.
Pueden sentirse muy angustiados por la amenaza real que significa el que algo le pase a él, a un ser querido o a un amigo. Sus reacciones pueden ser impredecibles, cambiando de un estado emocional a otro, pueden pasar de ser tímidos y retraídos a ser agresivos; evitar las muestras de cariño o buscarlas, requiriendo en forma constante nuestra atención. Pueden quejarse de dolores físicos, volver a sentir miedos ya superados o comportarse como niños de menor edad. Los más jóvenes de este grupo de edad pueden, como los niños pequeños, recrear en sus juegos las situaciones traumáticas que se están viviendo y hacer dibujos de los eventos que les generan tensión.
Como a estas edades todavía no son suficientemente independientes para hacer algo que pueda ayudar a cambiar las cosas para mejor, se pueden llegar a sentir inútiles y culpables por “no hacer nada”. Todavía dependen en gran medida del apoyo físico y emocional que los adultos les proporcionamos.
Es posible que los niños en edad escolar:
- Se vuelvan irritables o revoltosos, tengan estallidos de rabia o agresividad, inicien peleas, cuestionen la autoridad, se retraigan, se aíslen, quieran estar solos, se vuelvan reservados aún cuando estén entre amigos, familiares y profesores.
- Les cueste concentrarse y poner atención en clases, les vaya mal en la escuela, hagan mal las tareas.
- No quieran ir al colegio.
- Tengan problemas para dormir, tengan pesadillas o se queden dormidos durante el día.
- Se vuelvan temerosos, tengan nuevos miedos o regresen miedos superados (miedo a la oscuridad, a los ruidos, a estar solos).
- Se depriman.
- Se sientan culpables por las cosas que pasan.
- Se quejen de problemas físicos, tengan dolores de barriga o de cabeza.
- Eviten las cosas que le recuerdan lo que pasa o la situación por la que pasaron.
De 12 a 18 años: pre-adolescentes y adolescentes
En este grupo de edad ya hay comprensión de lo que está pasando. Perciben con claridad las amenazas reales y el mundo de pronto se les puede presentar como un lugar inseguro y peligroso. Los adolescentes son los más afectados, física y emocionalmente, por la violencia en el país. Su comportamiento va a variar dependiendo del nivel de madurez. Las reacciones de muchos de ellos serán como las de los adultos, mientras que las de otros serán más parecidas a las de niños más pequeños.
En la adolescencia los jóvenes buscan independizarse, tomar sus propias decisiones y buscan relacionarse con personas fuera de su entorno familiar. Tienden a ser idealistas, muchos quieren hacer algo, involucrarse en lo que está pasando, tienen deseos de justicia y los sentimientos de rabia e impotencia los impulsan a actuar. En estos momentos de violencia política y social pueden verse involucrados en situaciones para las cuales no están preparados emocionalmente, así como pueden ser persuadidos a tomar conductas que en otro momento podrían considerar inadecuadas. A veces toman riesgos provocando o ignorando el peligro. Los que han sufrido maltrato directamente, experimentado una situación de violencia, han sido heridos o detenidos, pueden tener reacciones más intensas e impulsivas.
Son muchas las emociones que les invaden y no siempre están preparados en cómo manejar lo que les pasa. Más que en cualquier otra etapa de su desarrollo, los niños pre-adolescentes y adolescentes tienden a ser reservados, a guardarse para ellos mismos lo que sienten y piensan. Lo que sucede en el país, a sus amigos y a su familia les afecta fuertemente, pero muchos se lo callan. Esto les puede llevar a desarrollar sentimientos de tristeza, de desánimo y de apatía. Pueden aislarse de sus amigos y de su familia. También pueden tratar de aparentar que “todo está bien”, que “no les pasa nada”’, y en esta búsqueda pueden exponerse al consumo de drogas y alcohol. Algunos suelen involucrarse en actividades con otros, buscando dar respuesta a los problemas que están ocurriendo. Esta participación, sentir que están haciendo “algo”, les ayuda a manejar y canalizar sus temores y su ansiedad.
Los adolescentes pueden reaccionar de diversas maneras:
- Sienten que tienen que hacer “algo”, quieren involucrarse en el conflicto social que les rodea, participar en lo que está pasando.
- Pueden llegar a tomar riesgos innecesarios o tomar parte en acciones violentas.
- Pueden sentirse indefensos, tener sentimientos de angustia, de culpa y tristeza.
- Tienen ganas de estar solos, sienten desánimo, se deprimen y se aíslan.
- Pueden llegar a tener pensamientos suicidas.
- Pueden comenzar a consumir tabaco, alcohol y drogas, e incluso abusar de ese uso.
- Tienen explosiones de ira, deseos y planes de venganza.
- Se vuelven irrespetuosos, pueden tener comportamientos antisociales.
- Cuando han sufrido directamente o de cerca la violencia, reviven en su mente el evento traumático, les vienen escenas de lo que pasó una y otra vez (flashbacks).
- Tratan de evitar sitios o situaciones que les recuerdan lo que pasó.
- Se sobresaltan con frecuencia, tienen pesadillas u otros problemas para dormir.
- Sufren taquicardia, tienen sensación de mareo, náuseas y vómitos.
- Se sienten cansados, les cuesta concentrarse y realizar actividades académicas.
Y… ¿qué podemos hacer?
Nuestra tarea principal es tranquilizar a los niños, niñas y adolescentes; tratar de reestablecer en ellos un sentimiento de seguridad, que sientan que están a salvo, que están protegidos y que son queridos. Que a pesar de los peligros que puedan existir, nosotros estamos ahí, con ellos, para cuidarlos, ya que en estos momentos tan violentos y de tanta angustia, necesitan un apoyo especial de nosotros sus padres.
Recomendaciones Básicas:
- Trata de mantener la calma. Los niños captan nuestra angustia. Mientras más tranquilos estemos, con más calma responderemos a sus necesidades y ellos se sentirán más seguros.
- No hagas como si nada estuviera pasando, ni evites hablar de eso. Los niños son inteligentes, saben que algo no anda bien y pueden preocuparse si creen que tenemos miedo de hablar sobre lo que ocurre. Además, si no les hablamos nosotros lo hará otra gente y pueden obtener información no confiable o definitivamente tergiversada.
- Diles la verdad. Aclara sus dudas. Explícales la situación en forma sencilla, a su nivel, sin detalles innecesarios que puedan angustiarlos más.
- Mantén las rutinas y normas lo más normalmente posible. Mantener las rutinas -comidas, baño, juegos, dormir...- es muy importante. La rutina pone orden, les da seguridad, es “terreno conocido”, los tranquiliza. Pero no debemos ser inflexibles, al niño le puede costar concentrarse en las tareas o irse a dormir.
- Sé cariñoso, y en la medida de lo posible, mantente cerca de los niños. Nuestra presencia y el contacto físico les da seguridad, los reconforta y nos permite darnos cuenta de sus reacciones. El abrazo, el dejarlos sentarse con uno, el estar tiempo extra con ellos al acostarse, los hace sentirse queridos y a salvo.
- Permíteles y ayúdales a expresar lo que sienten, hablando o a través de vías no verbales como el arte o el juego. Explícales que es normal, en algunos momentos, sentirse enojados o tristes.
- Evita que vean imágenes violentas y que estén presentes en discusiones políticas acaloradas. Si eso no es posible, conversa, explica y escúchales las dudas que de esto haya surgido.
- Realiza con ellos actividades positivas como juegos, cantos, dibujos, oraciones o salidas al parque si es seguro.
Además, ten en cuenta las siguientes recomendaciones:
Fomenta relaciones sociales; aumenta su círculo de apoyo:
Promueve los lazos y el intercambio con familiares, vecinos, amigos, compañeros de estudio, de modo de que el círculo de apoyo del niño crezca. Recibir apoyo de otras personas le ayudará a superar los tiempos difíciles.
Que esté callado no quiere decir que esté calmado:
Observa a tus hijos, en especial a los más callados. Aún cuando no hablen de lo que sienten o de sus temores, vigila dolencias físicas, cambios de comportamiento, problemas para dormir, que pueden ser indicativos de estrés emocional. Ayúdales a expresar cómo se sienten por medio de dibujos, juegos, escritos, u otras actividades propias de su edad.
Dedícales tiempo extra y un momento especial a cada uno:
Reserva un momento privado, especial para estar con cada niño. Tan sólo quince minutos al día, dedicados a ellos, pueden ser suficientes para ayudarlos a sentirse seguros y apoyar su salud emocional.
Habla de otra cosa:
Aunque los niños estén muy pequeños, los comentarios continuos, las especulaciones que asustan y las imágenes o conversaciones constantes acerca de la situación aumentan sus temores e inseguridades. Limita esas discusiones en frente de los niños y procura espacios y momentos libres de temas políticos. No se trata de ocultarles la realidad, sino de dosificarla de acuerdo a su edad.
Construye una muralla protectora con cosas buenas:
Planifica actividades familiares que le ayuden a tener una buena reserva de experiencias positivas que le sirvan de protección ante los momentos difíciles. Estos pueden ser juegos de mesa, ver una película juntos o visitar un lugar que les guste y sea seguro.
Planifica arreglos prácticos que brinden seguridad:
Planifica lo que deben hacer si pasa algo, cómo mantenerse comunicados, a dónde ir. Haz planes que den un sentido de seguridad, como evitar ciertas calles o regresar a cierta hora. Comparte con tus niños los planes, eso les hará sentirse seguros a ellos también y les confiere un sentido de participación en soluciones.
Combate la intolerancia y promueve la convivencia:
Es importante revisar nuestra propia agresividad, nuestro lenguaje y los comentarios que hacemos sobre la situación. Debemos contribuir a contener el ambiente de odio e intolerancia que se ha generado en el país y evitar “echar más leña al fuego”. Partamos por nosotros mismos no descalificando a quienes opinan diferente y promoviendo la lectura y la escucha crítica de lo que se transmite.
Los insultos, las generalizaciones del tipo “todos esos xxx son unos xxx”, metiendo a todo un grupo humano en un mismo saco, nos está haciendo daño a todos. Debemos evitar el uso de un lenguaje que exprese descalificación, burla, humillación u ofensa. Tratemos de promover en nuestro hogar, en la familia, con los vecinos y con los niños y jóvenes un ambiente de tolerancia y respeto a las ideas de los otros, aunque sean diferentes. Esto no quiere decir que aceptemos las injusticias, que no tengamos y defendamos nuestras ideas o que cambiemos automáticamente nuestra forma de pensar. Si hay responsables hay que señalarlos, pero sin generalizar u ofender.
No es bueno polarizar las posiciones, hay que ver los tonos de grises. Protejamos a nuestros hijos de una radicalización llena de etiquetas, que ha fracturado al país y roto la convivencia, protejámoslos de un ambiente intolerante que ha hecho un gran daño físico, social, moral y emocional a nuestras familias y nuestra sociedad. No dejemos que la violencia se meta en nuestros corazones y nos domine. La democracia se construye también desde nuestros hogares a través del diálogo, fomentando la paz y el respeto al otro y a las diferentes ideas.
Recuerda: lo principal -siempre-, es el bienestar de los niños.
** Accede al Manual “¿Qué podemos hacer? Ayudando a nuestros hijos en tiempos de violencia y conflicto social” completo, pinchando ACÁ.
** También puedes descargar el Cuaderno “Construir Esperanza cuando enfrentamos un conflicto social: un cuaderno para niñas y niños”, entrando ACÁ.